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miércoles, 17 de diciembre de 2025

ARTICULOS DE CHAVINOS EN EL COMERCIO Y LA TRIBUNA

Voces desde los Escombros: La Denuncia Local sobre el Abandono de Chavín de Huántar (1930-1960)

Introducción

La historia de la arqueología peruana suele centrarse en las grandes figuras académicas como Julio C. Tello, Wendell Bennett o John Rowe. Sin embargo, existe una "historiografía sumergida" en las hemerotecas: la de los intelectuales locales que, entre las décadas de 1930 y 1960, utilizaron la prensa escrita —principalmente El Comercio y La Tribuna— como trinchera para defender el Monumento Arqueológico de Chavín de Huántar. Autores como Martín Flores García, Adrián Coral García, Humberto Hidalgo y Aquilino Moreno Trujillo conforman una generación de "guardianes de la memoria" que alertaron tempranamente sobre la destrucción sistemática del sitio, mucho antes de que se convirtiera en Patrimonio de la Humanidad.

La Crónica del Desastre: Denuncias sobre la Destrucción Material

Mientras la academia debatía cronologías, los autores locales reportaban el colapso físico. Martín Flores García fue, sin duda, la voz más prolífica y angustiada de este periodo.

  1. El abandono estatal: En sus artículos "Se halla en un completo abandono el monumento de El Castillo de Chavín" (1934) y "Paredes del castillo de Chavín se caen a causa de las lluvias" (1934), Flores García documenta no solo la acción del tiempo, sino la inacción del Estado. Sus escritos pintan un cuadro desolador donde la lluvia y la falta de techado estaban lavando literalmente la historia.
  2. La destrucción antrópica: Su texto "La destrucción del castillo de Chavín" (1937) es una acusación directa. Flores García no solo culpa a la naturaleza, sino que señala —como lo haría Adrián Coral García años después— que el sitio estaba siendo desmantelado. Esto se conecta con la tradición de usar el monumento como cantera, una práctica que venía desde la colonia (como vimos con los jesuitas) y continuaba en la república.
  3. El desastre natural: Adrián Coral García, en "El desastre de Chavín" (1949), aborda el impacto catastrófico del aluvión de 1945 que sepultó gran parte del monumento y del pueblo moderno. Su artículo en El Comercio es un testimonio de primera mano sobre cómo la geografía de la zona es tanto cuna como tumba del sitio arqueológico, exigiendo medidas de ingeniería urgentes que tardarían décadas en llegar.

Interpretando el Pasado: Teorías Locales sobre la Cosmovisión Chavín

Estos autores no eran meros reporteros de daños; eran intelectuales que intentaban descifrar el significado de su patrimonio, a menudo adelantándose a debates posteriores o proponiendo visiones poéticas y etimológicas.

  • El Lanzón y la Teología Chavín: En "Genealogía del dios supremo..." (1957), Flores García intenta decodificar la iconografía del Lanzón Monolítico. Lejos de verlo solo como arte, lo interpreta como el eje de una teología compleja, buscando conectar a Chavín con el origen mismo de la civilización andina, una idea que Tello ya defendía pero que Flores García buscaba popularizar en La Tribuna.
  • Etimologías y Orígenes: En "Chavín: Nombre y etimología" (1960), se observa el interés por la lingüística y la toponimia para entender el sitio sagrado. Además, al preguntar "¿Es Kotosh más antiguo que Chavín?" (1961), demuestra estar al tanto de los descubrimientos contemporáneos (la misión japonesa en Huánuco), mostrando una preocupación genuina por la posición cronológica de su cultura local frente a nuevos hallazgos.
  • El "Rummi Zahkka": El artículo de 1955 sobre el "Rummi Zahkka" (refiriéndose a una estructura lítica específica o puente de piedra) muestra el interés por la ingeniería y los elementos arquitectónicos específicos que corrían riesgo de desaparecer.

El Llamado a la Acción y la Identidad

La obra de Humberto Hidalgo, citada por el mismo Tello en sus Apuntes monográficos, y el artículo de Aquilino Moreno Trujillo sobre "La preservación del tesoro arqueológico" (1954), cierran el círculo de esta defensa. No pedían solo estudio; pedían conservación. Para estos hombres, Chavín no era un laboratorio científico, sino el corazón de su identidad regional (el "Conchucos profundo").

En el artículo "El Tahuantinsuyo, un brote de la cultura Chavín" (1960), Flores García expresa una visión pan-andina: Chavín como la cultura matriz (eco de Tello) de la que desciende todo lo posterior, incluidos los Incas. Esta afirmación no era solo académica, era un grito de orgullo regionalista en un país centralista.

Conclusión

La revisión de los artículos periodísticos de Flores García, Coral García, Hidalgo y Moreno revela una etapa crucial en la historia de Chavín de Huántar. Antes de la llegada del turismo masivo y la cooperación internacional, fueron estos ciudadanos quienes mantuvieron viva la preocupación por el sitio. Sus textos en El Comercio y La Tribuna constituyen un archivo de la memoria que denuncia la destrucción (por lluvias, aluviones y saqueos) y reivindica la grandeza de una civilización que sentían, ante todo, como suya.


Referencias Bibliográficas (Fuentes Hemerográficas y Secundarias)

Fuentes Primarias (Artículos Periodísticos):

  • Coral García, A. (1949, 21 de enero). El desastre de Chavín. El Comercio.
  • Flores García, M. (1934, 10 de mayo). Paredes del castillo de Chavín se caen a causa de las lluvias. El Comercio.
  • Flores García, M. (1934, 21 de mayo). Se halla en un completo abandono el monumento de El Castillo de Chavín. El Comercio.
  • Flores García, M. (1936, 5 de julio). Ha sido descubierta el ara sagrada del monumento de Chavín. El Comercio.
  • Flores García, M. (1937, 17 de diciembre). La destrucción del castillo de Chavín. El Comercio.
  • Flores García, M. (1955, 16 de abril). El Rummi Zahkka de Chavín. El Comercio.
  • Flores García, M. (1957, 23 de julio). Genealogía del dios supremo de la civilización Chavín según el misterioso personaje ilustrado en el lanzón monolítico. La Tribuna.
  • Flores García, M. (1960, 10 de marzo). Tras las huellas arqueológicas de Ancash: El Tahuantinsuyo, un brote de la cultura Chavín. La Tribuna.
  • Flores García, M. (1960, 19 de julio). Chavín: Nombre y etimología. La Tribuna.
  • Flores García, M. (1961, 19 de noviembre). ¿Es Kotosh más antiguo que Chavín?. La Tribuna.
  • Moreno Trujillo, A. (1954, 14 de julio). La preservación del tesoro arqueológico de Chavín. El Comercio.

Fuentes Secundarias:

  • Hidalgo, H. (s.f.). Apuntes monográficos de Chavín. (Citado en Tello, J.C., Chavín de Huántar, p. 244).
  • Tello, J. C. (1960). Chavín: Cultura matriz de la civilización andina. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

HELADOS Y RASPADILLAS CON HIELOS DEL HUANTZAN

El Dulce Sabor de las Nieves Perpetuas: Memorias de un Domingo en Chavín

Hay recuerdos que no se alojan en la memoria, sino en el paladar y en el alma. Cuánta delicia encierran los domingos de antaño en nuestra tierra, días que parecían transcurrir a un ritmo más pausado y amable. El ritual era sagrado: comenzaba con la purificación de un buen baño en casa, o mejor aún, sumergidos en las aguas termales de Ultupuquio o Huecsha. Y luego, con el cuerpo relajado y el espíritu limpio, la caminata nos llevaba inevitablemente al corazón del pueblo: la Plaza de Armas.

Allí, bajo el estío serrano y enmarcados por ese cielo azul intenso que solo existe en los Andes, nos sentábamos en las bancas. Era el momento de la recompensa: disfrutar de un rico helado mientras la conversación con los amigos fluía sin prisa. Pero, entre risas y dulzura, ¿alguna vez nos detuvimos a pensar en el milagro que sosteníamos entre las manos?

¿Quiénes eran los alquimistas que, antes de la electricidad y la modernidad, lograban congelar el tiempo y el azúcar? ¿De dónde venía ese frío en medio del calor?

La respuesta nos obliga a levantar la mirada hacia el este, hacia el gran Apu tutelar. El hielo no salía de una máquina, sino del Huantzán. Ese coloso de 6,370 metros, la tercera montaña más alta de la Cordillera Blanca, cuya cara este, inexplorada y desafiante, vigila a Chavín. Es el Apu sagrado del que, según la leyenda, bajaron los hombres por el valle del Wachecza para erigir el templo milenario. De sus entrañas sagradas provenía la materia prima de nuestra felicidad dominical.

Mi madre, con la memoria clara de sus siete años allá por 1943 —antes del fatídico alud—, recuerda a Don Mamerto Maguiña. Él no solo era un heladero experto, capaz de transformar el hielo del nevado en un manjar; era también un personaje vibrante, un eximio bailarín de los Negritos de Chavín. Quizás el mismo ritmo y pasión que ponía en la danza tradicional, lo ponía al batir sus preparados.

Pero para que Don Mamerto, y los que vinieron después, pudieran hacer su magia, hacía falta la fuerza de otros hombres: los comuneros de Chichucancha. Antigua comunidad al oeste, tierra de mitimaes incas, gente recia y trabajadora. Aún parece verse su llegada los domingos, bajando de las alturas, ataviados con sus pantalones de bayeta y calzando esas indestructibles ojotas de llanta de camión. En sus espaldas no cargaban cualquier cosa; traían las tinshas de paja, y dentro de ellas, el tesoro: grandes bloques de hielo puro arrancados al Huantzán. Ese sacrificio, esa caminata heroica, era el ingrediente secreto de los helados y las raspadillas.

El tiempo pasó, y entre finales de los años 60 hasta acabar el siglo, la posta fue tomada por familias que se volvieron emblemáticas en Ura Barriu. ¿Quién no recuerda a la familia Robles, con el señor Robles; y a nuestros vecinos, la familia García: Don Félix y su esposa, Doña Aquilina, una dama de nobleza innegable.

Ellos fueron los guardianes de esa tradición en las últimas décadas del siglo pasado. Nos regalaron felicidad en vasitos y copas, nos refrescaron la vida. Hoy, al recordar esos sabores, no solo añoramos el dulce en el paladar, sino el esfuerzo titánico de los Chichucanchinos y el cariño de nuestros vecinos heladeros, que convertían la nieve inalcanzable del Apu en un recuerdo eterno para un niño sentado en la plaza de Chavín.



LAS SERENATAS

Serenatas bajo la Luna Chavina: Crónica de un Tiempo que se Fue

Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, y quizás tengan razón. Al menos así se siente cuando la bruma de los años se disipa y nos permite vislumbrar, allá a lo lejos, las calles empolvadas de nuestra tierra, iluminadas apenas por la luna y el tenue resplandor de una vela encendida tras una ventana. Hoy, Chavín de Huántar bulle con la modernidad, pero hubo un tiempo, no tan lejano para el corazón, en que el silencio de la noche era el lienzo perfecto para el amor.

Corría la primera mitad del siglo XX, tiempos duros, casi heroicos. Antes de 1940, nuestras montañas eran murallas inexpugnables. Viajar a Huaraz o a la lejana Lima era una odisea reservada para los valientes, una travesía que desafiaba abismos. Sin embargo, el aislamiento no apagaba el espíritu; al contrario, lo encendía.

Nuestra gente, forjada en la agricultura y el trabajo duro, siempre buscó horizontes. Los jóvenes de los años 20 y 30 partieron a las haciendas costeñas o sudaron la gota gorda en la mega construcción del túnel de Kahuish. Más tarde, la generación del 40 y 50 dejaría su huella en el Cañón del Pato. Pero, invariablemente, el corazón siempre regresaba al pueblo, a ese medio social efervescente que no necesitaba de grandes lujos para ser feliz.

Fue en ese caldero de juventud inquieta donde nacieron el Club Sport y el Club Rickay. ¡Qué instituciones aquellas! Eran mucho más que simples clubes; eran el alma cultural y deportiva del pueblo, y, seamos sinceros, la excusa perfecta para el cortejo. Allí, entre actividades y risas, nacían las miradas cómplices que luego, al caer la noche, se transformarían en música.

Ah, las serenatas... esa bonita costumbre que esas generaciones tuvieron la suerte de vivir, aunque fuera en sus últimos suspiros. No eran simples canciones; eran declaraciones de guerra al olvido y ofrendas al amor.

Imaginen la escena: el pretendiente, con el corazón galopando más fuerte que los caballos en la pampa, reclutaba a sus amigos músicos —aficionados, sí, pero con un alma que suplía cualquier falta de técnica—. Se plantaban al pie de la ventana de la amada, envueltos en el frío serrano, y dejaban que las guitarras hablaran.

Sonaban huaynos sentidos, los yaravies, valses criollos y boleros que derretían el hielo. Esos efluvios musicales no solo llegaban a la susodicha; despertaban a toda la cuadra. Las doñas vecinas suspiraban recordando sus propios ayeres, mientras algún caballero refunfuñaba por el sueño interrumpido. El momento cumbre llegaba cuando, tras los vidrios, se encendía una luz. Quizás solo era una vela, pero para el galán ahí afuera, era un sol: la señal tácita de un amor correspondido.

Pero el amor no conocía fronteras distritales. San Marcos, nuestro vecino, también fue testigo de estas correrías nocturnas. Existía un pacto de caballeros, una alianza estratégica entre amigos chavinos y sanmarquinos para conquistar corazones.

Aún resuena la anécdota de aquella serenata en San Marcos, donde el galán, pobre iluso, llevó al cantante chavino, para agasajar a una niña "bien movida". Entre copas de anisado para calentar la garganta y melodías entregadas al viento, el tiro salió por la culata. Al día siguiente, la dama no preguntó por el pretendiente, sino por la voz que había cantado. "¿Quién fue el que cantó anoche?", inquirió ella, dejando al pobre enamorado al borde del suicidio romántico y al cantante con una explicación pendiente. Cosas del amor y de la música.

Y hablando de música, no podemos olvidar la sombra gigante de Don Jacinto Palacios Zaragoza. El bardo aijino, yerno de nuestra tierra, nos regaló sus últimos años y su inmenso talento. Él fue el maestro, el compositor, el alma de las reuniones y el asiduo intérprete del Club Social. De sus manos y su paciencia nacieron los acordes que muchos jóvenes chavinos aprendieron a rasguear. Sus alumnos fueron los serenateros, los herederos de una tradición que él ayudó a pulir.

Hoy, esas guitarras quizás duerman en algún rincón o cuelguen como adornos en una pared. Las ventanas ya no se abren con la misma ilusión ante una melodía nocturna. Pero en la memoria de Chavín, bajo el cielo estrellado de los Andes, todavía se escuchan los ecos de aquellos valses y huaynos. Porque mientras alguien recuerde esa luz de vela encendiéndose en la oscuridad, ese tiempo pasado, indudablemente, seguirá siendo mejor.